Al
relacionar las diferentes variables contenidas en la definición de Desarrollo
Sostenible en un análisis diagnóstico del sector agropecuario, la conclusión es
que éste tiene una tradición productiva evidentemente insostenible,
ineficiente, entendiendo como ineficientes los procesos productivos en los
cuales los costos originados por los daños ambientales son superiores al
aumento del bienestar resultante del eventual aumento de los ingresos.
USO DE
En
lo que se refiere al recurso suelo, estudios realizados por el Instituto
Geográfico Agustín Codazzi, IGAC, indican que de los 114 millones de ha del
territorio nacional, las tierras aptas para la agricultura alcanzan cerca del
13%, es decir, un poco más de 14 millones de ha, pero solamente se utilizan en
actividades agrícolas cerca del 5%, es decir, alrededor de 5 millones de ha, lo
que a las claras indica que buena parte de la superficie potencialmente
agrícola (un poco más de 9 millones de ha) se dedica equivocadamente a otros
usos menos productivos.
El
mismo estudio indica que el porcentaje de la tierras en pastos es del 35%,
alrededor de 40 millones de ha, cifra considerablemente alta comparada con el
potencial de tierras aptas para este propósito, el cual sólo es del 17%, o sea,
alrededor de 20 millones de ha. De las áreas en pastos únicamente el 4,5%
corresponde a pastos con manejo, a pesar de que el área potencial para pastos
mejorados es de un poco más del 7%. De las anteriores cifras se concluye un
incremento de tierras dedicadas a pastos a costa de tierras agrícolas o
forestales, mostrando una vez más problemas de sobre y subutilización de la
tierra, y de manera global se puede evidenciar de antemano un uso ineficiente
del recurso suelo en Colombia.
Desde
el punto de vista ecológico, la deforestación, como fruto de los desequilibrios
en la tenencia de la tierra y la búsqueda de mayores ingresos en actividades,
ilícitas en buena parte de los casos a costa del bosque, sigue siendo el mayor
problema, con un ritmo de entre 360
a 600.000 ha/ año según el DNP pudiéndose citar
cifras mucho más severas que hablan de alrededor de las 850.000 ha/año.
La
erosión ha venido afectando en grado variable las tierras agrícolas del país.
Según el IGAC; la erosión, desde muy ligera a muy severa, afecta el 52% del
territorio nacional y 86% de la zona andina presenta algún gr do de la misma.
Aparte
de las áreas naturalmente desérticas ubicadas principalmente en La Guajira (100.000 ha ), se estima
que existen alrededor de 720.000
ha en vías de desertificación y con síntomas iniciales
de este proceso en otras 15.500.000
ha en zonas secas. Aproximadamente el 45% de los
suelos del territorio nacional se usan para fines diferentes de los de su
vocación y por lo menos el 8.5% presenta erosión muy severa.
Para
muchos cultivos y en amplias zonas del país, las prácticas permanentes de
mecanización y uso de implementos inadecuados de labranza como rastras y arados
de disco, han destruido los suelos pulverizándolos superficialmente y
compactándolos más internamente. De igual manera, el pobre manejo de los sistemas
de irrigación ha desencadenado graves problemas de salinización y
alcalinización de suelos en muchas áreas.
USO
DEL AGUA
Colombia
es uno de los países con mayor disponibilidad de agua dulce del mundo, 59
l/s/km2, pero paradójicamente, uno de los de menor desarrollo en lo que se
refiere a agricultura bajo riego, en donde, de un área potencialmente irrigable
de más de 10 millones de ha, incluyendo zonas de ladera, escasamente el área
bajo riego alcanza las 600.000
ha , y con deficientes controles de abastecimiento
por demanda y en drenajes.
Este
indicador muestra un alto grado de ineficiencia, si se tiene en cuenta que en
buena parte los bajos rendimientos, así como procesos de erosión y salinización
de suelos, son producto de un inadecuado uso y manejo del recurso agua.
Otro
problema está relacionado con la disponibilidad de agua potable para la
población ubicada en áreas rurales. El problema se magnifica cuando en la
región latinoamericana cuatro de cada diez personas que viven en el campo
carecen de agua potable y casi siete de cada diez personas no poseen
instalaciones para el saneamiento de aguas.
Por
otra parte, la oferta de recursos hidrobiológicos se ha visto afectada
notoriamente como consecuencia de la sobreexplotación del recurso, la
contaminación y degradación creciente de los cuerpos de agua y de las cuencas y
microcuencas. Un caso particular lo constituye la pérdida de productividad de
la cuenca magdalénica, cuya participación en los años 80 alcanzó un promedio
del 65 % de total de la producción del país, reduciéndose para la década de los
90 en más de un 40 %
De
seguir las actuales tendencias extractivas de los recursos naturales, sin duda
alguna, la lucha por la supervivencia de la vida para el próximo milenio estará
enmarcada de manera estratégica por el manejo y aprovechamiento sostenible que
el hombre realice del recurso agua.
USO
DE AGROQUÍMICOS
Desde hace cinco décadas los agroquímicos han
sido los componentes químico-tecnológicos más utilizados por la moderna
agricultura en casi todos los países desarrollados y en vías de desarrollo. La
denominada Revolución Verde, que resultó como consecuencia de la agricultura
intensiva, aumentó la utilización de los productos agroquímicos en los últimos
30 años, y aunque el empleo de estos productos lo que pretende es mejorar la
producción agrícola, aspectos corno la sanidad de los seres humanos, su uso
indiscriminado, la falta de educación y la carencia de conocimientos en la aplicación,
han contribuido a crear situaciones insostenibles, desequilibrando la
salubridad del medio ambiente y dejando secuelas a veces irreversibles para el
uso de la tierra de las generaciones futuras.
USO
DE PLAGUICIDAS
Es
sabido que los plaguicidas tienen el propósito de combatir de manera eficaz
organismos que pueden destruir o poner en peligro los alimentos, la salud o el
medio ambiente del hombre, pero también es cierto que en circunstancias y
concentraciones superiores a determinados niveles aprobados y aconsejados,
tales plaguicidas, al igual que otras sustancias químicas, pueden producir
efectos fisiológicos en otros organismos que viven en el medio e incluso en el
hombre, provocando y contribuyendo, a:
Empobrecer
la biodiversidad mundial.
Incrementar
los niveles de residuos de pesticidas en la superficie, dentro del suelo y los
cuerpos de aguas.
Causar
riesgos para la salud humana a través de la exposición directa e indirecta por
residuos en los alimentos.
Ocasionar
polución atmosférica debido a las aspersiones aéreas y el consecuente
transporte a grandes distancias de las mismas, incluyendo el daño causado a la
capa de ozono.
Traer
efectos a largo plazo sobre los microorganismos del suelo por residuos de estos
plaguicidas.
Estos
fenómenos han provocado una amplia dispersión de los agroquímicos por el medio
ambiente, con consecuencias graves en todos los hábitat y para todas las
especies; debido principalmente a la rápida movilización de estos productos a
través de agua, aire y suelo, a su resistencia a la biodegradación, a sus
características de acumulación en los climas tropicales y a su poder tóxico.
Cabe
destacar que la ocurrencia o no de tales efectos perjudiciales, dependerá en
gran medida de la dosis en que se apliquen dichos plaguicidas y de la correcta
utilización de los mismos.
Contaminación
del agua. La contaminación de aguas con plaguicidas se da por diferentes vías.
Entre las más importantes están:
Arrastre
del contaminante en terrenos que han sido sometidos a la acción de los
biocidas, ya sea por las aguas lluvias, o por la utilización de la misma agua
de riego de los cultivos.
La
fumigación aérea realizada cerca de quebradas, arroyos, ríos, lagunas, lagos,
etc.
La
precipitación de aguas lluvias que lavan las partículas de plaguicidas
suspendidas en la vegetación. Los derrames accidentales que ocurren
circunstancialmente en fábricas o depósitos de plaguicidas.
La
utilización de las corrientes de agua para la limpieza y lavado de materiales
sobrantes.
Lo
anterior trae como consecuencia concentraciones letales para diferentes formas
de vida acuática, daños serios sobre el fitoplancton, disminuyendo su capacidad
de liberación de oxígeno y afectando por consiguiente los niveles de oxígeno
disuelto en el agua.
La
presencia de sedimentos en suspensión en el cuerpo de agua facilita la
movilización del contaminante, siendo éste el principal vehículo de
movilización. Es así como puede desplazarse a grandes distancias. Un ejemplo de
lo anterior se presenta con los plaguicidas persistentes en agua corriente
(herbicidas y defoliantes), los cuales constituyen un grave peligro para el
suministro de agua potable y para el agua usada como riego; al igual que los
peces procedentes de aguas contaminadas, especialmente de cuerpos de aguas
quietas como lagos y lagunas, que pueden acumular plaguicidas en niveles que
los hacen poco aptos para el consumo humano(9)
Contaminación
de suelos. La contaminación de plaguicidas en el suelo se presenta tanto por su
aplicación directa como por la precipitación de aguas lluvias que lavan las
partículas suspendidas en la atmósfera, regadíos hechos con aguas contaminadas,
desechos industriales y derrames accidentales.
El
efecto principal de la contaminación en los suelos se presenta sobre la
diversidad edáfica (hongos, bacterias, nemátodos, anélidos, artrópodos, etc.),
que son los directamente responsables de la degradación orgánica. Al verse
impactado negativamente el suelo se produce una disminución en la productividad
de éste, provocando que cada vez sea necesaria la aplicación de mayor cantidad
de fertilizantes, lo que en definitiva se convierte en un circulo vicioso, que
termina con la virtual inutilidad para la productividad agrícola de los
terrenos afectados.
Contaminación
del aire. La fumigación aérea presenta muchos problemas de riesgo para el medio
ambiente y por consiguiente para la salud humana, porque algunas pistas
utilizadas para estos fines no cumplen con los requisitos mínimos de seguridad
en su ubicación, operación y manejo.(10) Igualmente porque la concentración
letal media de los plaguicidas por inhalación es bastante baja (0,5mg/l de un
plaguicida de la categoría I puede causar la muerte a una persona si se
encuentra respirando dicho aire contaminado), (11) y como ya se mencionó, por
la contribución a la contaminación de aguas y suelos.
USO
DE FERTILIZANTES
Es indudable que la agricultura moderna
requiere del uso de grandes cantidades de fertilizantes, particularmente en
aquella de tipo intensivo. Esos fertilizantes se aportan en forma mineral y
orgánica. Existe un vacío grande en el conocimiento sobre eficacia y destino de
grandes excedentes en el uso de fertilizantes minerales, lo cual podría estar
llevando a un deterioro ambiental progresivo de suelo, del agua y del aire, que
a la larga tendrá efectos irreversibles, para desgracia de la vida humana.
Efecto
sobre el aire. Algunos componentes de fertilizantes pueden perderse por
volatilización con relativa facilidad, implicando aumentos en su concentración
en la atmósfera. Particularmente ocurre con anhidros sulfurosos, óxidos de
nitrógeno y fotooxidantes, que afectan la calidad del aire. El óxido nitroso
(NO2) por ejemplo, destruye la capa de ozono en la atmósfera, cuya función es
la de filtrar la radiación ultravioleta de los rayos solares.
Efectos
sobre el agua. El agua para consumo animal o humano debe ser química y
biológicamente pura. Esta pureza misma hace que sobre ella no se desarrollen
microorganismos y vegetales. Cuando éste se enriquece de calcio, magnesio,
sodio y principalmente de fósforo, se dice que se ha eutroficado, comenzando el
desarrollo de todo tipo de organismos, los cuales la vician, tomando el oxígeno
(aumento de la DBO );
aportando materia orgánica que para su descomposición requiere de oxígeno
(DQO); aumentando el contenido de dióxido de carbono y a su vez la acidez. El
resultado final de esta alteración es la falta de oxígeno para peces y la
impotabilidad para su consumo por el hombre.
El
elemento contaminante más importante proveniente de la agricultura es el
fósforo, particularmente en aquellas zonas de alta erosión. Efecto de
contaminación de suelos. Los suelos poseen una capacidad depuradora de excesos,
reguladora de un equilibrio que es finito, de acuerdo con las características
de los mismos. Los suelos de texturas arenosas, por ejemplo, se liberan de
excedentes mediante la infiltración de las aguas cargadas de elementos, y los
suelos arcillosos y ricos en materia orgánica, por su capacidad y mayor
complejidad, permiten las acumulaciones de formas más o menos inherentes que en
muy poco afectan los ecosistemas. De acuerdo con lo anterior se presentarían
dos situaciones: si el suelo no acumula, las aguas son las que reciben los
excesos y son ellas las afectadas; si el suelo acumula hace las veces de filtro
y tiene un punto de saturación a partir del cual se enriquece notoriamente la
solución del suelo.
Efectos
sobre las plantas. Los efectos sobre las plantas son igualmente variados. En
primer lugar, las plantas en su mayoría tienen capacidad selectiva muy baja y
pueden "engolosinarse" consumiendo de un elemento cantidades extras,
pasando a intoxicarse o acumularlo y a su vez a quien las consuma. En segundo
lugar se puede crear un desequilibrio en la solución del suelo y nutrición
desbalanceada por efectos antagónicos entre los elementos o por la capacidad de
reacción entre ellos, acusando deficiencias de otros elementos no implicados en
el exceso, por ejemplo, el fósforo, el zinc y el potasio; bromo y magnesio;
calcio, magnesio y mangeneso
IMPORTACIÓN
DE TECNOLOGÍAS
De hecho, aunque el sector agropecuario tiene
la infraestructura y la experiencia de investigación tecnológica y de
transferencia de tecnología más importante del país, y representa el 45% de la
inversión del Estado en investigación, no se puede dejar de lado que la
creación del ICA en 1962, como la institución encargada de la investigación en
el sector, se orientó en términos de las estrategias internacionales promovidas
por la época. Colombia se suscribió entonces al modelo internacional de la Revolución Verde ,
cuyo objetivo se centró en la rápida adopción del cultivo de variedades
mejoradas con alta capacidad de respuesta al uso de fertilizantes y fáciles de
mecanizar, adoptando el paquete que incluía semillas, aplicación intensiva de
fertilizantes sintéticos y plaguicidas químicos, el equipo de riego controlado
y la mecanización. Su impacto en términos de producción ha sido calificado como
moderado y contradictorio, ya que cultivos como papa, maíz, trigo y algodón
respondieron modestamente, en contraste con el del arroz, caña de azúcar y
banano, en los que sí se obtuvieron aumentos productivos impresionantes. Sin
embargo, la situación del pequeño productor en términos generales no cambió y
sí se produjeron alteraciones importantes de los ecosistemas involucrados en la
producción agropecuaria, debido al uso indebido de los insumos de origen en
síntesis química, derivados de la aplicación del modelo.
La
falta de adaptación del modelo a las circunstancias siempre cambiantes del agro
en el país produjeron su agotamiento y los procesos institucionales, lentos de
por sí en los entes del Estado, dejaron rezagada la reacción del sector a
adoptar las nuevas tendencias de producción que se impulsan desde la comunidad
internacional.
Solamente
en la década de los 90 se produce la reacción a esta influencia y es cuando
aparece Corpoica como organismo del Estado encargado de redireccionar la
investigación agropecuaria, orientada hacia la aplicación de un nuevo modelo
que pretende incorporar e institucionalizar estrategias científicas y
tecnológicas acordes con la realidad productiva del agro en el país.
DE
LOS MODELOS DE DESARROLLO AGROPECUARIO
El anterior panorama, planteado de modo muy
general, es el resultadlo de un largo proceso de desarticulaciones tanto a
nivel de las políticas como de los marcos institucionales, que sentaron las
bases para el deterioro anteriormente expuesto, y es suficiente para mostrar el
agotamiento de los, hasta ahora adoptados, modelos de desarrollo, a pesar de
los beneficios puntuales que haya traído consigo cada uno de ellos.
Modelo
de sustitución de importaciones
El
modelo de sustitución de importaciones, también conocido como de Desarrollo
"hacia adentro", acogido casi sin excepción en la región, inspiró la
formulación de políticas económicas en América Latina desde los años cincuenta.
Bajo
este modelo, el sector agropecuario cumplía un papel secundario frente al proceso
de industrialización acelerada que debería jalonar el desarrollo y el
crecimiento. En este sentido, se buscó un sector agropecuario de mayor
crecimiento para cumplir su función primordial de proveer recursos para el
resto de la economía; así, para los años cincuenta, y con el fin de aumentar la
productividad, se recomendó impulsar la mecanización de la agricultura y
favorecer la transferencia de tierras de ganadería extensiva a la agricultura,
sin hacer mención explícita de los aspectos redistributivos, de empleo y mucho
menos de consideraciones ambientales.
El
Plan para la década de 1960/1970 hizo hincapié en la importancia de la reforma
agraria. A1 mismo tiempo se mencionaba la importancia de la agricultura
comercial y de la ganadería, como rubros más dinámicos dentro del sector, y
nuevamente se defendía la mecanización como instrumento para elevar la
productividad. Apenas para entonces surgía la preocupación por la distribución
del ingreso rural.
El
inicio de la década de los setenta se caracterizó por volver a colocar en un
lugar prioritario la reforma agraria y por la inclusión y el papel que
empezaron a jugar los insumos mejorados como mecanismo para incrementar la
productividad , el inicio de la denominada Revolución Verde.
Este
esquema, basado en postulados unilaterales de intensificación de la
productividad y su inserción acrítica en el medio colombiano, que junto con
elevadas tasas de crecimiento poblacional, la "explosión" urbana de
los últimos 20 años, esquemas inequitativos de acceso y tenencia de la tierra,
y políticas y programas de colonización y desarrollo rural generalmente
diseñados sin ninguna consideración ambiental, se afianzaron a finales de los
setenta y en la década de los ochenta, permaneciendo en mayor o menor grado hasta
la actualidad.
El
nuevo Modelo de desarrollo
A
pesar de que las políticas adoptadas bajo el esquema de sustitución de
importaciones pretendían buscar incrementos de productividad, durante la década
de los ochenta, el estancamiento en las tasas de crecimiento y productividad de
la economías latinoamericanas pusieron en evidencia las crecientes limitaciones
del modelo de desarrollo "hacia adentro". La respuesta en países como
Chile, Bolivia, México y Colombia fue poner en marcha un nuevo modelo basado en
la inserción de las economías en los flujos del mercado internacional, modelo
de desarrollo "hacia afuera". En este nuevo escenario, la
problemática ambiental derivada de los modelos de desarrollo anteriores se debe
enmarcar en el contexto de la globalización y regionalización de los mercados,
debido a la presión que la competencia ejerce sobre mayores niveles de
producción y por ende mayor consumo de recursos, dada una determinada
estructura tecnológica.
Desde
un punto de vista general, el funcionamiento de la economía de mercado y su
expansión permite pensar que el modelo de desarrollo es insostenible, teniendo
en cuenta que se fundamenta en el consumo no retributivo de recursos, y que los
sobrecostos generados por el desgaste de los factores productivos pondrían, a
corto plazo, en un plano no competitivo a las empresas.
De
no lograrse un equilibrio adecuado entre la oferta y la demanda de productos
agropecuarios y pesqueros, será difícil conseguir un equilibrio entre la oferta
y la demanda de productos. Actualmente las tendencias del comercio en una
perspectiva sostenible insistirán en que los países ricos en biodiversidad,
como el nuestro, establezcan conductas de explotación racional de los recursos
naturales, siendo cada vez más rigurosos con las medidas ambientales exigidas
para posicionar nuestros productos en los mercados internacionales.
La
globalización de la economía tiende a generar un mayor flujo de información
sobre los riesgos de ciertos productos sobre la salud, el ambiente y la
biodiversidad; es por ello importante insistir en la necesidad de avanzar en el
desarrollo de actividades productivas de manera selectiva que puedan responder
a las exigencias cada vez mayores de calidad ambiental de los productos ofrecidos
al mercado. En este sentido, el problema fundamental se centra en cómo obtener
una compatibilidad entre el desarrollo sostenible y un sector agropecuario
competitivo.
COMPETITIVIDAD
Y DESARROLLO SOSTENIBLE: "CONTRADICCIÓN O PROPÓSITO"
Los
sistemas extensivos de explotación, los monocultivos, el uso masivo de
pesticidas y fertilizantes, han convertido a la agricultura en cada vez más
consumidora de energía, materia y capital con graves repercusiones sobre los
ecosistemas. La actividad agropecuaria se ha caracterizado entonces por una
búsqueda de alta productividad a corto plazo, sin tener ninguna consideración
sobre la permanencia futura de los recursos naturales. Todas estas actividades
han generado degradación de suelos, agotamiento de las fuentes de agua,
deforestación y destrucción de ecosistemas.
Por
otra parte, los factores que vienen afectando el desempeño del sector
agropecuario tienen que ver con la baja rentabilidad y competitividad de las
actividades agrícolas; dificultades de financiamiento y capitalización; de
acceso a la tecnología; de comercialización y mercadeo, y problemas
relacionados con la violencia, la inseguridad y el entorno social en el que
desenvuelven los productores.
Asimismo,
el proceso de internacionalización de la economía colombiana en el contexto
mundial de tendencia hacia el libre comercio, significa una relación y
consistencia cada vez mayor entre los acuerdos comerciales plurinacionales y
las políticas nacionales. Igualmente, obliga al examen de la relación entre el
libre comercio, el medio ambiente y la agricultura
Esta
relación podría catalogarse como beneficiosa en el contexto de nuestro país, ya
que su posición biogeográfica la ubica dentro de los países con mayor
disponibilidad de recursos biogenéticos, así como de una gran diversidad de
ecosistemas, potenciales de una amplia gama de producción.
Ante
esa potencialidad, el gran desafío para participar en la apertura consiste en
cómo conciliar políticas de modernización de la agricultura, hacerla incluyente
y aumentar su productividad sin penalizar el uso de los recursos naturales, de
tal manera que se asegure la sostenibilidad del desarrollo en el largo plazo.
Es decir, compatibilizar las urgencias productiva ' del presente con las necesidades
que enfrentarán las generaciones futuras.
Es
así como dentro de las claras tendencias de política para el desarrollo de la
agricultura del nuevo milenio, no escapan los conceptos de sostenibilidad y
competitividad. Éstos se enmarcan dentro de una visión integral del desarrollo,
en la cual los procesos productivos del sector agropecuario no pueden ignorar
el crecimiento económico ligado al mejoramiento de la calidad de vida de la
población rural, sin detrimento de los recul sos naturales base de dichos
procesos productivos.
De
esta manera, hablando en términos de política tanto nacional como
internacional, no se trata sólo de optar por nuevas tecnologías productivas,
sino de hacer la escogencia en dirección de nuevas políticas económicas, por la
adopción de una estrategia que apunte a conquistar el mercado de la calidad en
la producción: hablamos entonces del paso de la "cantidad" a aquel de
la "cualidad", para que de esta manera la agricultura recupere su
estado de relación amigable o sana con el medio ambiente.
Obsérvese,
igualmente, los casos de los denominados cultivos ilícitos que, bajo la
influencia de la falsa moral de los países consumidores y de los ciclos de
represión o tolerancia generados por la coyuntura política, arrasan con la
vida, la honra, el patrimonio y el bienestar de incontables hombres y mujeres
sacrificados en la humedad de los bosques tropicales o en la sequedad de los
centros urbanos.
El análisis de los hechos presentados que, por fuerza
de la naturaleza del escrito, es limitado tanto en la exposición de las
principales barreras que se proponen al logro de una agricultura sostenible en
Colombia como en el debate sobre las mismas, abre la puerta, no obstante, para
preguntarse si nuestra agricultura, entendida desde la complejidad planteada en
el actual modelo de desarrollo, es o no sostenible. La respuesta es No.
En los aspectos biofísicos del ambiente, son
innumerables los estudios y las evidencias provenientes de la observación
directa que atestiguan el deterioro grave y progresivo de los recursos
naturales en los que se sustenta la producción agraria nacional. Son
insistentes los llamados de atención sobre la pérdida de la fertilidad de los
suelos y sobre los procesos erosivos que eliminan varios miles de toneladas
anuales de tierra arable. Lo mismo acontece con las pérdidas de calidad y
cantidad de los ecosistemas acuáticos afectados por contaminación severa,
eutrofización, sedimentación o disminución de stocks y/o de caudales y con los
alarmantes niveles de deforestación y destrucción de páramos con sus
consiguientes efectos sobre la biodiversidad vegetal y animal. El empobrecimiento de la base genética, la
dependencia tecnológica y los elevados costos ambientales por el uso
inapropiado de agroquímicos, son otros tantos temas que muestran hasta qué
punto el actual modelo es insostenible.
En el orden social y económico, y solamente como un
burdo bosquejo, se puede mencionar la pobreza que afecta a casi siete millones
de productores del campo, la inestabilidad de las políticas macroeconómicas,
las altas tasas de desempleo, las migraciones campesinas que terminan en los
cinturones de miseria de las metrópolis, y la desprotección de los exportadores
frente a la competencia desleal en el concierto internacional y los crónicos
problemas de salud, educación, infraestructura de servicios, crédito, violencia
y marginalidad igualmente descritos y analizados en incontables documentos.
Cómo hacer entonces para tornar en sostenible este
complejo modelo que a todas luces se revela como insostenible ?. La pregunta
encierra un reto enorme para el país, que deberá revisar incluso sus
fundamentos morales y éticos si quiere proponer y realizar una transformación
radical de su estructura agroalimentaria en otros aspectos técnicos, biofísicos
y socieconómicos. Allí es donde reside la clave última para contestar a esta
pregunta que más que insostenible, es francamente perturbadora.
La disputa por la naturaleza toma varias formas en
función de múltiples variables que se ponen en movimiento a la hora de
reivindicar por derecho o por fuerza, el monopolio y/o el acceso directo o
indirecto a los recursos biofísicos que permiten la reproducción del
capital. Relaciones de poder, predominio tecnológico, colonialismo
cultural, político y económico de las sociedades o grupos dominantes e incluso
las mismas potencialidades ecosistémicas se entrecruzan en las batallas
abiertas o en los raponazos encubiertos que han signado la historia de la
posesión y el uso de los recursos naturales.
Tales luchas se libran no solamente en el plano de las
diferencias materiales, que inclinan la balanza del lado del que más puede o
del que más tiene, sino también en el campo de las posiciones ideológicas, de
los imaginarios colectivos y de los discursos dominantes. En el escenario de las ideas las disputas
pueden ser más violentas que en los combates cuerpo a cuerpo.
En el sector agrario del denominado “Tercer Mundo”, que
constituye una de las más notables arenas de lucha por la naturaleza, la
historia presenta una serie de
camuflajes ideológicos que han servido a la vez como telón de fondo y maceta de
hierro para justificar las sucesivas
derrotas de los poseedores originales de la tierra. En ocasiones,
los conflictos se disfrazan con una piel de lobo universal, tan
engañosa, que logran confundir incluso a quienes se mantienen permanentemente avisados y en
actitud crítica. Mírese por ejemplo, el significado contradictorio de las
políticas de reforma agraria que, al
menos para el caso colombiano, por décadas ha logrado tender una cortina de
humo sobre uno de los principales factores de desestabilización social en las
zonas rurales del país, ante la mirada crédula de muchos observadores imparciales e intelectuales críticos que colocaban, y quizás aún colocan , sus esperanzas de
cambio en un ordenamiento jurídico que a
la postre no ha logrado resolver el problema de la propiedad de la tierra pero
que, al contrario, lo ha eternizado, en
otra jugada maestra de nuestros macondianos titiriteros de la dirigencia
política.
Resultaría decepcionante, aunque no por ello
imprevisible, que sucediera lo mismo con el concepto del desarrollo agrario
sostenible, nuevo y vigoroso caballo de batalla que, de no saberse jinetear,
puede causar una Troya universal. Ya
varios autores han mostrado el sospechoso nacimiento y las debilidades
conceptuales y operativas de este nuevo modelo, aparecido hace solo una década
y que hoy está de moda, incrustado por igual en
defensores y enemigos de la naturaleza y de la justicia social1.
Para empezar, existe una clara dicotomía entre la
teoría del desarrollo sostenible y su aplicación tanto por planificadores ,
funcionarios estatales, decisores políticos y gremios de la producción
relacionados con el sector agrario, como por las masas de campesinos y
agricultores enfrentados cotidianamente al reto de producir alimentos dentro de
la compleja realidad social y económica
del país. En otros términos , se puede constatar la existencia de una
brecha entre la teoría y la práctica del desarrollo sostenible, explicable por
varios motivos que van desde la poca comprensión del término hasta el real
desinterés de muchos sectores de la población por un rótulo que no tiene
ninguna influencia en sus vidas .
Como ha sucedido en la mayor parte de los procesos
históricos de cambio social, la población
campesina ve transcurrir , oleada tras oleada , una serie de clases e
ideas dominantes que representan nuevos horizontes para quienes las propugnan o
detentan, pero que en el fondo no significan mayores beneficios para los
hombres del campo.
El concepto del desarrollo sostenible por lo general
pierde validez ante la urgencia de solucionar problemas directos de la
producción agrícola que afectan la rentabilidad de los cultivos o que ponen en
riesgo el sustento diario de los agricultores. Para muchos técnicos resulta difícil hablar de sostenibilidad ante
campesinos que ven cómo se pierden sus cosechas, por el ataque de una plaga,
por ausencia de lluvia en los momentos adecuados o sencillamente por el precio
arbitrario que fijan los intermediarios en los mercados agrícolas.
Lo anterior no quiere decir, por supuesto, que las
ideologías de moda no respondan a intereses particulares o generales y que, en
consecuencia, no tengan influencia en la parcela campesina o en la gran
propiedad tecnificada.
Todo lo contrario. Las decisiones tomadas al influjo de
una posición política o de una tendencia económica dominante cualquiera, por lo
general de orden trans-nacional , afectan de manera sustancial las
posibilidades de supervivencia o de competitividad de los productores
agrícolas.
Basta mencionar, por ejemplo, que al influjo del
mercado libre del café como consecuencia de la ruptura del pacto cafetero
mundial, derivado a su vez de los intereses particulares escondidos tras la
cortina del libre acceso al mercado internacional, miles de familias campesinas
del cinturón cafetero de Colombia se debaten en la líneas inferiores de la
pobreza para alcanzar un puesto en el azaroso barco de los supervivientes
colombianos.
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